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julio 10, 2020

FORMAR… UNA VOCACIÓN PARA SERVIR, RESPETAR Y APRENDER

Por José Fernando Durán - CEO Formándonos

Después de más de treinta años dedicados a trabajar en Instituciones Financieras y de haber desarrollado una carrera exitosa que me permitió hacer parte del grupo de ejecutivos de primer nivel de varias de ellas y de haber dedicado en paralelo otros tantos años a labores de formación y docencia, decidí que era tiempo de escoger entre estas dos actividades y concentrar todos mis esfuerzos y recursos en una de ellas. No fue una decisión fácil de tomar, pues las dos me han llenado de inmensas satisfacciones profesionales y personales.

Ocupar altas posiciones ejecutivas te permite desarrollar mucho tu capacidad de pensamiento estratégico y entender con una perspectiva muy amplia el desarrollo de la industria en la cual te desempeñas y coadyuvar en la orientación del rumbo de tu empresa e igualmente te ofrece la posibilidad de contar con ciertas prebendas que sin duda hacen muy cómoda e interesante tu vida.  Pero lo más valioso de esa experiencia es cuando sientes que has logrado impactar a otras personas y ves como varios de tus cercanos colaboradores hoy ocupan posiciones de privilegio, incluso en cargos superiores a los que tú alcanzaste y hablas con ellos y te agradecen por lo que les “enseñaste”.

Pero ¿qué les enseñé, me pregunto yo? El objetivo que siempre tuve en las diferentes instituciones fue alcanzar unas metas exigentes y mi mente siempre estuvo enfocada en ello. ¿Por qué las personas que hacían parte de los equipos de trabajo que yo lideraba afirman que “aprendieron de mí”? Eso me parecería lógico que eventualmente lo dijeran los alumnos a quienes les dictaba clases o las personas que asistían a los seminarios que dictaba, pero no las personas de la misma empresa donde trabajé.

Ahora he entendido mejor la relación entre estas dos actividades y he sentido muy consistente la decisión que tomé de dedicarme a la formación y a la capacitación, dejando atrás todas las ventajas de ocupar estas privilegiadas posiciones.

He conocido en mi vida profesional formadores a quienes admiro y respeto mucho y siento que tengo grandes oportunidades de mejora para lograr ocupar en la mente de algunas personas el lugar que ellos ocupan en la mía y por ello he estado estudiando las competencias que debe tener quien decide, como lo he hecho yo, dedicar su vida a colaborar en el desarrollo profesional y personal de otras personas. 

En primer lugar, hay tres palabras que reflejan la actitud de un formador: Vocación, disposición y pasión. Estas tres palabras no se pueden actuar. El buen formador es una persona que está al servicio de los demás y debe hacerlo de una manera genuina y espontánea. Debe tener mucha habilidad directiva, pero la autoridad la entiende como un privilegio para servir, no para mandar. La energía que trasmite esta persona es real y nace de su propio interior. El formador nunca se siente ausente y al contrario como señal de respeto hacia las personas que están con él les transmite que son igualmente importantes para él y para todo el grupo, sin importar la diversidad.  Estas actitudes se potencian cuando este formador acepta y agradece las retroalimentaciones de una forma muy positiva y comprende que el proceso de aprendizaje de este rol es dinámico y se perfecciona con la experiencia.

La sensación que más recuerdo de las personas que tengo en mi mente como grandes formadores es que realmente estaban haciendo algo que les gustaba mucho y que nunca los vi actuando como si estuvieran obligados a hacerlo o simplemente cumpliendo con una función mecánica para obtener una remuneración.

El segundo aspecto del formador es que es un facilitador, no un instructor.  Esto significa que el formador no es necesariamente quien más sabe de un tema específico, sino quien lleva al grupo a reconocer sus propias fortalezas y tiene la capacidad de potenciarlas en cada uno de los miembros. Para lograrlo debe ser una persona experta en técnicas y estrategias didácticas y deben tener una capacidad inmensa de diagnóstico y escucha que le permita identificar situaciones y contenidos y ofrecer alternativas de solución, haciendo de una manera planificada y organizada. Su metodología debe incluir necesariamente altos niveles de flexibilidad y adaptación, logrando así ajustar un programa cuando sea necesario sin perder de vista el enfoque que desde el principio se determinó como objetivo de formación.

Las personas que me han impactado a mí como formadores y que han dejado una huella cierta yo las recuerdo por haber sido quienes no se vanagloriaron de lo mucho que ellos sabían sino porque me llevaron a aprender lo que yo no conocía.

El tercer punto clave de un formador es su capacidad de transmitir ideas y emociones. Por lo tanto, es una persona que tiene muy desarrolladas sus competencias de expresión verbal y no verbal y su capacidad de síntesis.  Los mensajes que transmite deben ser perdurables, es decir, cortos, concretos, simples, inesperados, visuales, creíbles, emotivos y aplicables. Un buen formador tiene claro que las mentes de las personas que conforman su audiencia están “hablándoles sin parar” y que por tanto él debe competir con ese ruido interno de cada uno, para asegurarse que llegue su mensaje.  También sabe que la memoria de las personas es muy volátil y que a los pocos minutos empieza a borrar parcialmente lo que escucha y que unas horas después retiene escasamente el 25% de lo que recibió.  Por ello esta competencia es de gran relevancia y el formador sabe que los mensajes centrales deben ser pocos y concretos.

Escribiendo este artículo me detuve unos minutos a pensar en los muchos cursos y seminarios a los que he asistido y a tratar de recordar los detalles del seminario y me sorprende ver cómo de varios de ellos no pude recordar más que alguna situación particular, ligada a temas de su logística, pero que en muy pocos recordé el contenido y que en los que lo pude hacer, solo tenía en mi mente uno o dos potentes mensajes que quedaron allí grabados para siempre.

Una cuarta característica del buen formador es ser muy organizado y asegurarse previamente que toda la logística alrededor de una sesión esté perfectamente sincronizada.  Nunca improvisa y eso le garantiza ser una persona inmensamente respetuosa con el tiempo de los demás.  El formador que cumple con esta característica es una persona que puede evitar la monotonía, transmitir mensajes de forma innovadora, amable y amena, que garantiza la participación de los participantes y que logra que todos ellos alcancen verdaderos momentos de insight durante sus seminarios y talleres.

Las investigaciones que he desarrollado amplían mucho más sobre las muchas competencias que determinan que una persona puede asumir la responsabilidad de potenciar la capacidad de gestión personal y profesional de otra persona.  Sin embargo, considero que en los párrafos anteriores han quedado plasmadas las fundamentales.

Las personas que estamos conformando nuestro equipo de trabajo y que queremos dedicarnos a llevar procesos de formación y desarrollo de competencias a aquellas empresas y personas que normalmente no han sido alcanzadas por los exitosos modelos que hoy existen, estamos trabajando en asegurarnos entregar lo mejor de nosotros y en buscar siempre un proceso de mejoramiento de nuestras propias competencias.

Estamos convencidos, como lo ampliaré en mi próximo artículo de este blog, que la productividad personal y laboral siempre puede incrementarse y que el motor para ello lo tenemos todas las personas.  Sólo nos falta un pequeño empujón.

Son los formadores quienes se encargarán de dar ese impulso

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